29 de agosto, 1872
El Ermitaño
Narra una deliciosa anécdota. Un pobre se lamentaba de su desgraciada situación. Carecía de todo. Por lo cual deseaba morir. Un perro feo se le acercó, le lamió las manos y permaneció a su lado. Aquella noche los ratones no pudieron morder los zapatos del andrajoso porque el animal se acostó sobre sus pies para calentárselos. Desde entonces acompaña a su amigo.