29 de julio, 1869
Acepta, el ermitaño la autoridad de los gobernantes. La descubre prolongación de la de Dios. Pero como abusan de ella para trepar, pisoteando al pueblo, ese mismo respeto le anima a denunciarlo en su nombre. Y añade otra observación: Hasta los demócratas, cuando llegan a dirigentes, realizan lo mismo que combatían. Urge acabar con tanta arbitrariedad -concluye-. ¡Cuánta lucidez y valentía!.